¿Qué bloquea mi vida y mis relaciones?
Esa pregunta, la de por qué estoy bloqueado en mis relaciones y en mi vida, qué hace que no encuentre la estabilidad y la felicidad a pesar de los esfuerzos que puedo llegar a hacer, o que me sienta atrapado en una realidad en la que el dinero no fluye ni llega por más que trabaje, se la hacen cada día millones de personas. Todos nos la hacemos en algún momento. Mis pacientes vienen a verme para que les ayude exactamente con eso y esa es, precisamente, la razón de que yo haya escrito mi primera novela El Escarabajo Rojo.
La vida está cambiando, el paradigma está cambiando, la forma de relacionarnos entre nosotros está cambiando. Deprisa, muy deprisa.
El ser humano crece, va incrementando su conciencia y no puede seguir basando sus códigos relacionales en el poder, la autoridad o la dominación. Igual que cada individuo tiene que aprender a comprenderse, amarse y respetarse, tiene que hacer lo propio con aquéllos con los que comparte su vida. Pero desconfiamos, estamos atorados en viejos sistemas de creencias y de patrones mentales que nos hablan de otra cosa, de fórmulas diferentes, y vamos dando pasos torpes y tambaleantes o directamente palos de ciego.
El mundo también cambia. Esta rueda gigantesca de la vida gira y gira, dejándonos la falsa impresión de que nada se mueve en el día a día de nuestro ajetreado existir, siempre las mismas luchas e iguales problemas. Pero como decía Demócrito, la vida es como un río en un eterno devenir. Ese río jamás es el mismo, el agua, nunca es la misma. Sólo parece el mismo.
En ese flujo inexorable los conceptos, los conocimientos, las ideas, los hechos y acontecimientos de la vida aparecen y desaparecen. Se las traga el agua del río, descienden hasta las profundidades y vuelven a aparecer en la superficie inopinadamente, generalmente renovadas y enriquecidas.
Así sucede con las relaciones. El modo en el que los seres humanos entran en contacto y comunicación con lo que les rodea se transforma a lo largo de los siglos, pero el hombre siempre busca lo mismo: amar y ser amado, ser abundante y, en definitiva, ser feliz. Y son precisamente las dificultades de llevar a cabo este anhelo instintivo y profundo al mismo tiempo, las que lo hacen desdichado.
Nos encontramos enredados en vínculos filiales, laborales, de amistad o de pareja que son con frecuencia frustrantes y dolorosos. Cada uno puede estar en este momento de su vida empantanado en diferentes aspectos que tenemos que considerar y solucionar. Todos deseamos una vida próspera, conseguir un buen trabajo, que nos quieran, que nos cuiden o darnos a los demás, pero no lo conseguimos a pesar de los esfuerzos. Nuestras relaciones se tuercen y no progresan. Están atascadas.
Pero ¿cuál es la causa de esa parálisis? ¿Es una consecuencia de nuestra forma de ser, de nuestro carácter, de experiencias anteriores desagradables o traumáticas? Hay muchos acontecimientos que no se explican sólo con esto. Entonces, ¿qué es lo que no estamos teniendo en cuenta?
¿Por qué las personas se sienten, por lo general, no amadas e indignas de que los demás proyecten hacia ellas los sentimientos más elevados? ¿De dónde procede el pánico a enamorarse, a entregarse? ¿Dónde han empezado a construirse los muros y las barreras que rodean el corazón humano en un intento de sentirse a resguardo y protegido?
Venimos a este mundo con el compromiso de colaborar en el inmenso y complicado tejido de la vida, en esa telaraña delicada e incomprensible que va creándose con el devenir de los entrecruzamientos afectivos entre las personas a lo largo de los siglos, y hacer crecer en él la frecuencia del amor. Sí, la que todo lo sana. Entre todos estamos manifestando y aprendiendo lo que esa frecuencia significa. Tejemos y destejemos el tapiz como Penélope, la esposa de Ulises, con la esperanza de ir creando una obra que pueda llegar a expresar su magnificencia.
Pero ocurre que cuando nos unimos a otro se generan compromisos y experiencias que son la mayor y más difícil oportunidad de que disponemos para descubrir qué es el amor. Muy frecuentemente nos agobia la responsabilidad y la inseguridad de dar la talla, razón por la cual se tuercen a menudo causándonos un enorme sufrimiento y grandes quebraderos de cabeza. Sí, nuestras relaciones nos hacen sufrir. Suelen estar bloqueadas o dañadas por motivos a menudo nimios y se van manteniendo a pesar de los pesares, pero cualquier acontecimiento inesperado puede afectarlas, desestabilizarlas y crearnos serias complicaciones.
Percibimos que los caminos para relacionarnos con los demás se hallan muchas veces cortados, repetimos continuamente el mismo tipo de patrones y nos enfrentamos un día tras otro a problemas parecidos. Nos solemos topar con aquello de lo que normalmente vamos huyendo. ¿Por qué me ocurre eso? ¿Qué es lo que anda mal en mi, nos preguntamos? ¿Por qué siempre cometo los mismos errores?
Proyecto fuera de mi lo que soy y lo que me doy a mi mismo. Y ambas cosas están basadas en mi sistema de patrones, en mis creencias, en todo lo aprendido y heredado de mis mayores. También es importante lo que el mundo me ha ido enseñando desde que llegué al vientre de mi madre, que sin querer comenzó a condicionarme con sus propias cargas y con todo lo recibido de los que fueron antes que ella. Así en una cadena sin fin.
Por otro lado, están todas las vivencias inconclusas, mal vividas y llenas de dolor que estancan en el presente mi historia personal y la historia familiar, tanto como en su momento alteraron y distorsionaron las experiencias vitales de nuestros ancestros. Son circunstancias en las que las emociones y los sentimientos que no fluyen son de tal intensidad que la vida de aquellos que las sufrieron quedó prácticamente interrumpida o destrozada por el dolor, la enfermedad, la tragedia o la muerte.
A causa de esto no estamos en condiciones de entender o discernir la mayor parte de lo que nos pasa. No únicamente de lo que nos afecta a nosotros, tampoco de lo que han experimentado y vivido los que han sido antes que nosotros, que lo ignoraban todo a su vez. Pero hicieron su parte. Como pudieron. Eso sí, dejaron los cabos sueltos para que continuásemos el trabajo con matices semejantes, idénticos colores, igual trazo, con objeto de que no se descuadrase el plan general. Es exactamente lo que sus ancestros hicieron con ellos. Al lado de lo doloroso también dejaron los frutos de su experiencia, de su trabajo, de su inteligencia, de su diligencia, de sus esfuerzos, para que sumados a los de todos los demás sea un poco más ligera la carga de los que han de seguir. Por dura que se presente la de los descendientes siempre lo habrá sido mayor la de aquellos a los que representan, aunque se ignore de que se trata o haya sido olvidada.
Es obvio que han existido innumerables culturas nativas, pueblos originarios, que han reverenciado a sus ancestros, que han valorado la importancia de sus existencias, de su trabajo y de sus luchas en este mundo hasta la devoción. Pero no es algo que la cultura occidental haya cultivado, precisamente. Llevamos a la espalda siglos de olvido, de ignorancia y de rencor. Muy al contrario, considerábamos en la mayor parte de las ocasiones que eran culpables y responsables de haber envenenado nuestras posibilidades de disfrutar de una existencia pacífica y sin contratiempos a causa de su oscurantismo y su rudeza, cuando sólo estaban tejiendo su parte del tapiz.
En este sentido, como en muchos otros, estamos en un siglo extraordinario. Esa conciencia del pasado que los pueblos originarios mantuvieron durante siglos y que nos podía parecer que estaba siendo olvidada en aras de la civilización o que estaba desapareciendo, vuelve a nosotros con fuerza pero transformada y actualizada, para convertirse en una herramienta útil y de sencillo manejo, con el fin de facilitarnos el intento de poner orden y equilibrio en nuestras propias vidas.
El mundo occidental, racional y cartesiano, comienza a despertar de muchos de sus letargos. Entre ellos está la recuperación del valor y sentido de la importancia de los ancestros, a los que les debemos amor y gratitud, además de reverencia.
Tenemos que hacernos conscientes del peso de sus experiencias en nuestra vida. No es sólo el hecho de comprobar que lo acontecido en las suyas nos afecta, sino que aceptarlo, reconocerlo y solucionarlo, libera nuestro presente y cambia nuestro futuro. El trabajo que se viene haciendo con las Constelaciones Familiares desde el último cuarto del siglo pasado y el más reciente de la Psicogenealogía y el Transgeneracional, lo demuestran.
A finales del año 2015 decidí escribir un libro donde fuera posible exponer de una forma, que pretende ser accesible para todo el mundo, este dilema, dónde de alguna manera pudiera yo volcar mucho de lo aprendido junto a mis pacientes en el ámbito terapéutico. Pensé que hay miles de personas que jamás acudirán a una sesión de terapia, a pesar de padecer sufrimientos y problemas extremos. Puedo imaginarme su miedo su inseguridad o desconfianza ante la necesidad de abrir su corazón a un extraño del que ignoran si es suficientemente hábil y competente. Es comprensible. Pero poner un granito de arena en el esfuerzo que están haciendo muchísimos profesionales para recordarle al mundo la necesidad de volver la mirada hacia lo experimentado por los que nos han precedido, me parecía de suma importancia. Y no cualquier mirada sino una comprensiva, amorosa y agradecida.
De este deseo nació mi novela El Escarabajo Rojo, con el propósito no sólo de entretener, sino de convertirse en una herramienta de trabajo para el que así lo quiera o lo precise. No sólo el propio relato puede ir abriendo nuestro corazón, sino que además es posible descargar una relajación con la que trabajar algunos de nuestros dolores y conflictos.
La historia del libro arranca en Egipto en el año 230 ac. Tras una experiencia de elevada espiritualidad en la que se le presenta un Escarabajo Rojo, símbolo del discípulo que está alcanzando el borde de la iluminación, Nilvaé, la hija del gobernador de la provincia de Asuan, muere el mismo día de su boda. La ceremonia fue arreglada por su padre que la obliga a casarse en contra de su voluntad. Una vez instruida a la fuerza en sus futuras funciones de esposa por la Sacerdotisa de Isis Amunet, se desespera, ya que ella había decidido entrar en el templo de la Diosa como novicia, para lo cual estaba segura de que contaba con el apoyo de su madre y de la gran Sacerdotisa Anat. Nadie puede disuadir al gobernador de que la boda se celebre y ella, finalmente, toma una decisión trágica.
Los cinco personajes más importantes de la novela, y sus linajes, quedan marcados por esta desgracia y el trauma subsiguiente a lo largo de los siglos, lo que afecta al desarrollo de sus historias personales sin que ellos tengan conciencia de ello ni sepan cómo hacer para evitarlo.
Para comprender el por qué de esta situación se analiza la historia familiar de cada uno de ellos, las circunstancias de la vida, las principales tragedias, problemas y secretos que han afectado a sus antepasados tres o cuatro generaciones atrás, Esto da lugar a analizar experiencias de todo tipo, encuentros, separaciones, abandonos, matrimonios forzados o desdichados, accidentes, traiciones, abortos, adulterios, robos, homicidios, asesinatos, incestos, etc, lo que en su momento les permite darse cuenta de por qué son como son y empezar a cambiar.
La acción se traslada al año 2010 y se extiende hasta Diciembre de 2015, para retroceder de nuevo al pasado, cobrar todo su sentido y lanzarse al futuro. Tales movimientos en el tiempo representan el eterno devenir de la rueda de la vida y el entrelazamiento y pervivencia de toda información en un eterno presente.
Y si pensaban que simplemente se trata solo de una novela y que esas cosas no suceden, déjenme decirles que la mayor parte del libro está basado en hechos reales y que se cumple en él la regla de que la realidad supera con mucho la ficción .